2 Avisaron a Joab: «Mira que el rey está llorando y lamentándose por
Absalón.»
3 La victoria se trocó en duelo aquel día para todo el pueblo, porque
aquel día supo el pueblo que el rey estaba desolado por su hijo.
4 Y aquel día fue entrando el ejército a escondidas en la ciudad, como
cuando va a escondidas un ejército que huye avergonzado de la batalla.
5 El rey, tapado el rostro, decía con grandes gemidos: «¡Hijo mío,
Absalón; Absalón, hijo mío, hijo mío!»
6 Entró Joab en la casa, donde el rey, y le dijo: «Estás hoy cubriendo
de vergüenza el rostro de todos tus servidores, que han salvado hoy tu vida,
la vida de tus hijos y tus hijas, la vida de tus mujeres y la
vida de tus
concubinas,
7 porque amas a los que te aborrecen y aborreces a los que te aman;
hoy has demostrado que nada te importan tus jefes ni tus soldados; ahora
estoy comprendiendo que si Absalón viviera y todos nosotros hubiéramos
muerto hoy, te habría parecido bien.
8 Ahora, pues, levántate, sal y habla al corazón de tus servidores,
porque por Yahveh te juro que, si no sales, no quedará contigo esta noche ni
un hombre, y esto sería para ti mayor calamidad que cuantas vinieron sobre
ti desde tu juventud hasta hoy.»
9 Se levantó el rey y vino a sentarse a la puerta. Se avisó a
todo el
ejército: «El rey está sentado a la puerta», y todo el ejército se presentó ante
el rey. Israel había huido cada uno a su tienda.
10 Y todo el pueblo discutía en todas las tribus de Israel diciendo: «El
rey nos libró de nuestros enemigos y nos salvó de manos de los filisteos y
ahora ha tenido que huir del país, lejos de Absalón.
11 Pero Absalón, a quien ungimos por rey nuestro, ha muerto en la
batalla. Así pues, ¿por qué estáis sin hacer nada para traer al rey?»
12 Llegaron hasta el rey estas palabras de todo Israel; y el rey David
mandó a decir a los sacerdotes Sadoq y Abiatar: «Decid a los ancianos de
Judá: “¿Por qué vais a ser los últimos en traer al rey a su casa?
13 Sois mis hermanos, mi carne y mis huesos sois, y ¿vais a ser los
últimos en hacer volver al rey?”
14 Decid también a Amasá: “¿No eres tú hueso mío y carne mía? Esto
me haga Dios y esto me añada si no entras a mi servicio toda mi vida como
jefe del ejército, en lugar de Joab.”»
15 Entonces se inclinó el corazón de todos los hombres de Judá como
un solo hombre y enviaron a decir al rey: «Vuelve, tú y todos tus
servidores.»
16 Volvió, pues, el rey y llegó hasta el Jordán. Judá llegó hasta
Guilgal, viniendo al encuentro del rey para ayudar al rey a pasar el Jordán.
17 Semeí, hijo de Guerá, benjaminita de Bajurim, se apresuró a bajar
con los hombres de Judá al encuentro del rey David.